miércoles, 21 de diciembre de 2016

Italia en el sentir y pensar de Mitre, de Adolfo Mitre (1960)



« “Gobernar es poblar” era la consigna de los discípulos de Juan Bautista Alberdi, pero los más se inclinaban por “la inmigración dirigida”, que aportaba no sólo brazos, sino también capitales. La otra, integrada en su mayor parte por hombres sin otra riqueza que su pujanza y su fe, era objeto de suspicacias, provocadas también por la escoria de la misma, que permanecía adherida a las adyacencias del puerto o introducía en la ciudad castiza una modalidad exótica en la jerga enrevesada, por desear ser “criolla” y llegar a serlo; en la agitación callejera, en al cual agitaba el colorido del ropaje meridional entre la opacidad melancólica de la austeridad indumentaria jactanciosamente burguesa. Era en vano que entre los depositantes en el Banco de la Provincia en 1868, treinta fueron los italianos y sólo dieciocho los argentinos, contando éstos allí con veintisiete millones de pesos contra veinte de aquéllos y catorce propiedad de ingleses. Gobernaba Domingo Faustino Sarmiento, para quien el progreso ­–vago término que a la sazón escribíase con enfática mayúscula-, venía casi exclusivamente del Norte, fuera Estados Unidos, fueran las naciones europeas de sangre sajona. A “los otros” inmigrantes se les atribuía hasta la difusión de epidemias, como la fiebre amarilla, en 1870. Es precisamente el año en que el senador Benjamín Villafañe, presenta el proyecto de hacer llegar al país, previo el pago de setenticinco pesos fuertes para ayudar al costo del pasaje, un grupo de inmigrantes germanos seleccionados por una compañía a la cual se concedían cuatrocientas leguas en el Chaco; es también el año en que Mitre defiende en cuatro discursos, en otras tantas sesiones, a la vituperada “inmigración espontánea”.
Esos discursos, publicados en fascículo en 1870 y que abarcan desde la página 97 a la 149 del segundo tomo de sus “Arengas”, en la edición definitiva de la Biblioteca de “La Nación”, dejan sentada la posición argentina frente a la “inmigración artificial”, es decir la que responde a convenios oficiales y que ofrece cuando menos el peligro de crear en un país de aluvión concentrados núcleos extranjeros que no se adapten a la tierra de adopción y prolonguen modalidades racionales, excluyentemente “propias”. Son discursos-ensayos, densos en doctrina y a la vez ricos en testimonios acerca de las ventajas de la libre afluencia de extranjeros por sobre la contratación de éstos por medio de convenios en los cuales las empresas basadas en lógicas especulaciones de lucro llevan el mayor provecho.
Estudia en ellos Mitre antecedentes de Estados Unidos y Australia, para ensalzar a la “inmigración espontánea” a la cual califica de “gravitación de voluntades e intereses en nuestro bien” y “fuerza nativa que concurre a nuestro progreso…”¿Quiénes representan a esa “fuerza” incorporada a la del país, a esa “gravitación” de efectos futuros incalculables hasta por no responder a las determinaciones demográficas regidas por cláusulas en principio imprescriptibles? En el censo de 1869, planeado en su presidencia, pero postergado por efecto de la guerra del Paraguay, establécese en 211.993 el número de extranjeros residentes en el país, de los cuales 4.997 son alemanes; 5.860 suizos; 10.709 ingleses; 32.383 franceses y 34.080 españoles. A todos ellos superan los italianos. Ya son 71.442! A éstos, se dirige principalmente, por lo tanto, la defensa del antiguo “commilitone” de Garibaldi.
De ahí que en su último discurso, en la “arenga” tendiente a influir con una inducción un poco sentimental a la extensa exposición de lo teórico y lo práctico, les dedique este definitorio elogio, esta definitiva alabanza:

“Quiénes son los que han fecundado las diez leguas de terrenos cultivadas que ciñen a Buenos Aires? ¿A quiénes debemos estas verdes cinturas que rodean todas nuestras ciudades a lo largo del litoral, y aún esos mismos oasis de trigo, de maíz, de papas y arbolados que rompen la monotonía de la pampa inculta? A los cultivadores italianos de la Lombardía y del Piamonte, y aún de Nápoles, que son los más hábiles y laboriosos agricultores de Europa. Sin ellos no tendríamos legumbres, ni conoceríamos siquiera cebollas, como el campesino de Virgilio, porque estaríamos respecto de horticultura en las condiciones de los pueblos más atrasados de la tierra. ¿A quién se debe el fomento de nuestra marina de cabotaje y la facilidad y la baratura de los transportes fluviales? ¿Cuáles son los marineros que tripulan los mil buques que enarbolan en sus mástiles la bandera argentina y hasta los tripulantes de nuestros buques de guerra? Son los italianos descendientes de los antiguos ligurios, los compatriotas del descubridor del Nuevo Mundo…”
“Extraña esta exclusión cuanto de los ochenta mil italianos que pueblan nuestro suelo sólo una mitad se han fijado en Buenos Aires, hallándose diseminado el resto en las diversas ciudades del litoral, y en varias partes de la campaña, donde han constituído su hogar enlazándose con las familias del país por la similitud de religión, de lengua y aún de clima. Gualeguaychú, Concepción del Uruguay, Corrientes, Paraná, deben su crecimiento a la inmigración espontánea de Italia y la población de Rosario, de Santa Fe se compone por mitad de barqueros italianos enriquecidos, que han levantado barrios enteros en las márgenes de los ríos solitarios que pueblan con sus pequeñas naves de comercio. Pero no es esto todo lo que tengo que decir respecto de la influencia benéfica de la inmigración espontánea de esa parte del Mediodía de Europa. El veinte por ciento de los depósitos del Banco de Buenos Aires corresponde a los inmigrantes italianos que nos dan este ejemplo del capital acumulado por el ahorro, y giran a sus parientes lejanos para trasladarlos a su nueva patria por un valor que no baja de medio millón de pesos fuertes, según se ha demostrado en un notable escrito sobre la inmigración italiana publicado recientemente en Génova…”.
“El hombre enérgico que emigra por su libre y espontánea voluntad, que elige su nueva patria por un acto deliberado, que viene con sus brazos libres, con su capital propio, puede ejercitar su libertad de acción en campo más vasto, con más medios y mejor resultado que el que obedeciendo a impulsión extraña, viene atado a un contrato, sin contar con más recursos que los que la munificencia del gobierno le otorga, o el interés de la especulación le anticipa. Ese hombre libre, encontrando fácil la adquisición de la tierra, empleará una parte de su peculio en hacerse propietario, y será agricultor por conveniencia, y a su vez será un centro de atracción para los parientes y amigos de la patria lejana. Y si no tiene capital, si pide su sustento al salario, economizará y será propietario más tarde, ya individualmente, ya sea produciendo por afinidades la creación de colonias espontáneas, hijas del trabajo libre, para las cuales la tierra será madre y no madrastra… Dejemos que los grandes destinos de la inmigración se cumplan por las leyes que los rigen y les dan aliento de la vida…”»




Adolfo Mitre, Italia en el sentir y pensar de Mitre. Buenos Aires: Asociación Dante Alighieri, 1960.

En las fotografías:
Bartolomé Mitre en su casa.
Bartolomé Mitre, Julio A. Roca y otras autoridades en la inauguración del monumento a Garibaldi, 19 de junio de 1904. Foto del Museo Mitre.

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